VICTORIA VILLARUEL, LA MUJER QUE ESCONDIÓ LA GUERRA DE MALVINAS BAJO SU PROPIA ALFOMBRA…
La diputada nacional y compañera de fórmula de Javier Milei, Victoria Villarruel, adoptó ante la sociedad un perfil negacionista pretendiendo que «No existió una guerra de Mal-vinas, no hubo combates, ni vuelos rasantes, quien no volvió a casa fue simplemente porque no quiso…» pareciera.
De acuerdo a la legisladora de La Libertad Avanza, «Las heridas no fueron de balas ni esquirlas; sólo fueron imaginación somati-zada. De hecho, una prueba contundente, la ausencia documental de una declaración de guerra demuestra que no existió tal cosa. Quizás hubo algo parecido a una necesidad de demostración de poder fascista».
Y uno llega a preguntarse decididamente, como alguien nacido en Argentina y conocedor medianamente de su historia, mucho mas aún siendo una legisladora, podría negar la guerra de Malvinas, su existencia, la condición heroica de los combatientes o la legitimidad de la lucha en busca de la preservación o recuperación de nuestra integridad territorial.
Sabemos que, lamentablemente, el último gobierno de facto militar, fue responsable de los dos sucesos más sangrientos de nuestra historia en el siglo XX.
En ambos hubo muertos, heridos, mutilados, avances, retrocesos, inteligencia, despliegues, copamientos, vencedores, vencidos, intereses alineados en la dirección de nuestra existencia o contrarios a ella y todo lo lógicamente irracional de las guerras.
Quitarle la paz al ciudadano para comprometerlo en una epopeya de reclamo territorial, aún cuando sea legítima, es una cuestión que en caso de resultar adversa, significa el inmediato cuestionamiento y resistencia a la continuidad de sus impulsores, pero además, todos estas cuestiones quedarán apoyadas en la condición de origen del poder gobernante atenuándose o multiplicándose según si su origen tiene un sustento insti-tucional o no.
Pretender comprometer al ciudadano en un forzado redireccionamiento ideológico a contracorriente de su bienestar y costumbres, sólo puede conducir a un rechazo casi generalizado.
Se trata literalmente de un avance en desmedro de la libertad.
Y si para este intento forzado de imposiciones se valen de armas y muerte para someter medios y mecanismos de convivencia preestablecidos, entonces, en su irracionalidad, sólo podrán obtener como respuesta el equilibrio de la irracionalidad.
Negar el derecho al recuerdo de las víctimas de una de las partes, y pretender un número mayor de víctimas de la contraparte habilitados a requerir ojos testigos en compensaciones, son la muestra que delata una dinámica de continuidad del conflicto a una temperatura inocua de ser respondida con la firmeza adecuada.
Hemos asistido a la primera demostración de esa firmeza de la mano de Villaruel, y la respuesta ha tenido una elevación de temperatura acorde a algo que nunca se extinguió.