EL ACUÍFERO ´PUELCHE’ ESTA CONTAMINADO
n los últimos tiempos, los vecinos del Conurbano sur tuvimos que enfrentarnos con la terrible sorpresa de ver sus casas inundadas: las napas están desbordadas.
En Quilmes, Avellaneda y otros partidos, la firma concesionaria le echa la culpa al clima lluvioso, los ecologistas a la firma y el problema central sigue tan oculto bajo tierra y poco investigado como su protagonista central, el acuífero Puelche, el principal recurso hídrico de la Argentina, pero también ignorado y descuidado.
El ‘Puelche’ es una inmensa masa de agua pluvial infiltrada en el suelo y contenida en un manto subterráneo de arena.
Esta lámina, cuyo grosor puede superar los 100 metros, está tendida a escasa profundidad (de 15 a 120 metros) a lo largo del Litoral bonaerense y porteño desde Rosario hasta la bahía de Samborombón.
Ese verdadero río subterráneo de agua y arena está en movimiento horizontal, a una velocidad de entre 2 y 10 metros por día: el acuífero se recarga de lluvia en su centro (más o menos la zona de Pilar) y se descarga hacia sus bordes, que son el Paraná y el Plata, por el Nord-Nordeste, y el río Salado, por el Sur. En su trayectoria de descarga, medida en décadas y siglos, el agua va lavando sales del subsuelo.
Así es que el agua de Pilar tiene un muy bajo contenido de cloruro de sodio, pero la que alimenta el río Salado tiene hasta nueve veces más y no puede beberse.
El Puelche es único en todo sentido. Entre los cinco acuíferos que están apilados verticalmente bajo nuestros pies en la pampa húmeda, es el único potable. Hubo otro más superficial (el Pampeano, o primera napa ), que ya está inutilizado. Y los otros tres más profundos son salados.
Del agua potable, ese fluido que es el principal combustible de la vida, la economía y la civilización, y que en un mundo crecientemente sediento empieza a valer un Perú, nuestro Puelche alberga 300 billones de litros.
Es tanto como una pileta olímpica de natación por persona, si se lo repartiera entre la población planetaria.
Buenos Aires lo bebió desde pozos casi toda su historia de cinco siglos, y hoy, aunque tenga que tomar aguas del Río de la Plata, la provincia mantiene miles de fábricas que deberían cerrar sin él y el país entero come o exporta productos agropecuarios que se regaron o abrevaron con ese líquido.
No por nada, tendida arriba del Puelche está la joya agrícola de la pampa húmeda, el verdeante cinturón Rosafé, donde crece y se cosecha el 60 por ciento de lo que exporta el país; protegido contra sequías largas porque las antiguas lluvias están bajo el suelo y salen al toque , a razón de hasta 150 metros cúbicos por hora.
Como explica el hidrogeólogo Oscar Dores, presidente de Evaluación de Recursos Hídricos SA (Evarsa), hasta que se cerró el lago de Yacyretá todas las aguas embalsadas superficiales argentinas sumaban 47 hectómetros cúbicos. Es el 16 por ciento de lo que hay en el Puelche.
GARANTIZADO DE FÁBRICA
La Gran Aldea empezó a echar mano de él en épocas de Sarmiento, tras haber contaminado durante siglos las aguas de las napas superficiales (el acuífero Pampeano) con sus pozos ciegos, una costumbre que se pagaba con epidemias a repetición de cólera y tifus.
Cuando surgió la primera red hídrica urbana del país, miles de aljibes de 10 metros de profundidad que abrevaban en el ya contaminado acuífero Pampeano cedieron paso a unas pocas estaciones bombeadoras gigantes que bajaban 20 o más metros hasta el Puelche. Se entendía que, apretado por arriba y abajo entre grandes tapas de arcilla como el jamón de un sandwich entre dos panes, el Puelche venía garantizado de fábrica contra contaminaciones desde la superficie.
Esto es parcialmente cierto, ya que el agua del Pampeano desagua verticalmente al Puelche a través de su tapa de arcillas grises, sólo que muy lentamente y a razón de dos milímetros por día. Pero lo que sucedió a continuación fue que el Puelche empezó a ser sobreexplotado.
CAMBIO DE DIRECCIÓN
Según el hidrogeólogo Eduardo Kruse, de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad Nacional de La Plata, el bombeo descontrolado dio origen a dos problemas: la depresión del nivel del recurso (los pozos tuvieron que bajar hasta 70 metros o más) y, luego, su salinización.
Pero ¿De dónde venía la sal que, allá por la década del 30, empezó a aparecer en las canillas porteñas?
Del propio Puelche, pero de sus zonas de descarga en el Plata y el Río Salado: a fuerza de bombear desde el centro se había invertido la circulación subterránea a través del lecho de arenas. El agua salada volvía, llamada por la sed de los porteños.
Así las cosas, la empresa Obras Sanitarias de la Nación (OSN) cerró los pozos y apeló al plan B , tomando agua del Río de la Plata a través de la planta depuradora de la avenida Alcorta, en Palermo. Tuvo obviamente que potabilizarla a un costo muy alto, ya que, como dice el ombudsman adjunto de la ciudad de Buenos Aires, el economista Antonio Brailovsky, la Reina del Plata ha usado históricamente su inmenso río al mismo tiempo como inodoro y como canilla.
En 1958, La Plata debió también apelar al plan B y, promediando la década del 70, el conurbano sur (Avellaneda, Lanús, Wilde), y luego la zona oeste, se fueron conectando a la red de OSN y le dijeron adiós al Puelche.
Hoy, observa Brailovsky, se sigue contaminando alegremente el Plata con descargas cloacales e industriales, y el problema es que para los 13 millones de habitantes de la zona metropolitana no hay plan C posible.
En cuanto al adiós al Puelche, fue relativo. Falto de explotación, rebotó 70 y más metros, hasta sus niveles geológicos habituales. Pese a que tiene la lámina impermeable de la ciudad tendida encima, hoy se alimenta de las pérdidas de la viejísima red cloacal y pluvial de la mancha urbana metropolitana. Y, en su crecida, empuja hacia arriba el acuífero Pampeano, que sale a la calle en los cañadones de los viejos arroyos y al pie de las barrancas (el bajo Belgrano o Avellaneda son buenos ejemplos).
Al hacer esto, hincha el terreno, raja caños, cimientos y paredes, y destruye parquets, cocheras subterráneas y pavimentos. Pero de paso, devuelve al ecosistema humano un siglo entero de contaminación química y cloacal almacenado en el suelo.
Brailovsky y los vecinos de la zona sur dicen que Aguas Argentinas es responsable, al haber conectado a la red una gran masa de ciudadanos que no tienen alcantarillado.
La concesionaria le echa la culpa al clima lluvioso, asunto discutible (para Brailovsky y Kruse), ya que la ciudad es impermeable y no son las lluvias sino las cloacas rotas y la falta de bombeo lo que recarga de agua el subsuelo urbano.
Pero lo que sí está claro es que el principal recurso hidrogeológico del país no tiene (y no tuvo nunca) un administrador que investigara y le dijera qué hacer y qué no hacer a los ingenieros sanitarios, estatales o privados; el equivalente de una Autoridad de Cuenca Fluvial, pero para un recurso subterráneo.
Lamentablemente, el acuífero Puelche queda en la peor categoría de problema: está bajo tierra, de modo que ni siquiera se lo ve.